
Al peatón abúlico, sí, a usted:
“Cuando abra la puerta y me asome a la escalera, sabré que abajo empieza la calle; no el molde ya aceptado,
no las cosas ya sabidas, no el hotel de enfrente: la calle, la viva floresta donde cada instante puede arrojarse sobre mí
como una magnolia, donde las caras van a nacer cuando las mire, cuando avance un poco más, cuando con los codos
y las pestañas y las uñas me rompa minuciosamente contra la pasta del ladrillo de cristal, y juegue mi vida” (*).
La calle es terreno de disputa, y sus usos y apropiaciones cambian con el tiempo. La calle es también registro y mensaje; en sus formas y en sus sentidos. Es escenario de discusión amplia, de contradicciones y, por sobre todas las cosas, un bien social.
En tanto, el arte es la percepción de lo efímero y tal vez por ello no alcanza: la crueldad, el sufrimiento, la lucha, la opresión y la belleza son parte de procesos dinámicos, de historias amplias, de vertientes culturales, de políticas de Estado, de ideologías bien y mal entendidas, bien y mal aplicadas (la crueldad es siempre ideológica, y en la mayoría de los casos se aplica con un profesionalismo que espanta). El arte como pieza e hilo de una red social compleja. El arte como una trampa.
La rockería, el teatro, el taller, el centro cultural, el bar y el escenario como parte de una trampa del arte. Se genera un ambiente, se predispone al espectador, se obliga a la mirada. ¡Se hace trampa! ¡Que sí, que se hace trampa! Artistas cómodos que, como el espectador, más allá de su técnica, más allá de sus giros, de su antigravedad, de sus golpes, de su poesía, también se sientan en una butaca. Y sí, el arte hace trampa, porque más allá de su posible originalidad, espera ser esperado.
Y otra vez la calle, el espacio público, la mirada no dirigida, el desprecio, el no tiempo. La no trampa. El arte como sorpresa. Allí donde todavía es incómodo. La intervención como herramienta artística y social de transformación.
La ciudad de La Plata es reconocida por su rol cultural/artístico tanto dentro como fuera del ámbito académico. Es así que, desde lo que podemos reconocer como un escenario post-crisis 2001, en la ciudad universitaria se ha construido a la calle como un ambiente propicio, no sólo para mostrar la labor particular del artista como creador, sino también como comunicador de ideologías y perspectivas de mundo.
Junto a esta camada de artistas, nacieron y proliferan en la ciudad nuevos espacios y nuevos tipos de gestión, como espacios recuperados (Centro Cultural Olga Vázquez, Centro por los DDHH Hermanos Zaragoza, Galpón de Tolosa), casas de estudiantes devenidas centros culturales (En Eso Estamos, Casa Flotante), ciclos esporádicos en viviendas particulares y la utilización de la calle como punto de encuentro (la Feria del Libro Independiente y Autogestiva). El trato con el artista se modifica, las propuestas se amplían y las obras se desarrollan bajo nuevas lógicas de producción. Las fronteras ya difusas de gestión, creación y difusión se funden y hasta despersonalizan; el trabajo colectivo junto a los nuevos escenarios de acción estimulan la creación de grupos multidisciplinarios, de decisiones de asamblea, de movimientos comunitarios.
En este contexto, el rol de los comunicadores estalla. Convertidos en gestores urgentes, el comunicador muta fuera de la redacción: en ese rol del periodismo masón, cuadrado y en diagonales, periodista del día que transcurre y del ayer registrado en el hoy efímero, de arena en las manos, de títulos, marcas de agua y desempleo. De curriculum vitae lleno de esperanza, del deseo de ser explotado, del periodista testigo, al que la realidad le parece un mero espejismo de adjetivos, de la mutilación del compromiso, y de la objetividad ideológica del desencanto.
El comunicador no puede ser más la cara de la agenda mediática de los grandes medios. El comunicador ya no puede acostumbrarse porque es ahí donde se sintetiza al silencio y al reposo. Dejamos de cuestionar, recorriendo aquellos espacios ya constituidos sin nada para dar o compartir.
Como contrapunto: el comunicador de época, actor activo dentro de la red social.
El comunicador en su oficio de trabajador social.
El comunicador como parte del empuje colectivo, de lo nuevo. Que propone y denuncia. Como dinamizador de sentidos inmersos en redes sociales complejas y cambiantes. En una época de departamentalización de las ciencias, la apuesta como tales, pasa por ser creadores multidisciplinarios. Gestores de acciones colectivas.
El comunicador será, entonces, creador de sentidos, o no será nada.
(*) Cortázar, Julio. Historia de Cronopios y Famas. Punto de Lectura. Pág. 12